domingo, 19 de junio de 2011

El Cristo del Pacífico- segunda parte



Cuando empezó a caer la tarde, y los trabajadores ya habían abandonado sus labores. Un profundo sueño empezó a dominarme y a pesar de eso, seguí preguntándole a la estatua:

Algunos arquitectos, han cuestionado la mala ubicación de su instalación ¿como le afecta a usted?Como te dije, son problemas que sus involucrados deben resolver. Yo estoy a lado de los afligidos, en su soledad. Que vean que mis heridas ya sanaron. He resucitado para brindarles consuelo, que comprendan que la esperanza que les doy, va mas allá de la misma muerte. Soy el Cristo de todos y también de los incrédulos. Ellos...también son hijos de Dios.

Se cuestionan la prepotencia del presidente García, para salirse con su capricho.Tal vez esa fue su intención, pero valdría la pena evitar esa suspicacia, a cambio de sus beneficios, que a la vez, son más importantes, para una sociedad descuidada en valores. Si tenemos más en cuenta la presencia de Dios a través de la oración, seguramente se evitaría que los seres humanos siguieran haciéndose más daños entre sí.



Al sentir un extraño ruido que provenía del interior del morro, vi rodar las piedras del áspero camino que me había servido para llegar. De pronto la enorme y fría estatua de concreto y de fibra de vidrio, empezó a adquirir su propio movimiento sobre el mismo lugar, rompiéndose en todas sus partes, para luego descubrirse en su verdadero rostro. Mientras iban desapareciendo las barbas de aquel Cristo falso las papadas de sus mejillas, como todo el resto del cuerpo, iban creciendo y desparramándose por todas los lugares de una manera descomunal. Sin perderme de vista, después de observarme, empezó a mostrarme sus dientes en un sentido amenazador. Parecía atreverse en cualquier momento a darme un puntapié o una cachetada, como ya lo había hecho antes, por haber revelado, la real intención de su interior, de satisfacerse una vez más en su ego colosal.

-¡Te voy aplastar, maldito preguntón!
-Quizá, pero nunca podrás engañar, a un pueblo rendido en su fe cristiana

le respondí, y el gigante herido en su orgullo, reflexionó pero solo por un instante, diciendo:

-He pasado mucho tiempo pensando, en como lograr que me recordaran para siempre, pero mi soberbia no es menos que la vanidad del perdón que merezco por este capricho.
¡De todas formas te pisotearé y no podrás evitarlo!

-Si puedo-le contradecía con furor-

-¿Como?
-¡Despertándome!. Y así lo hice.