sábado, 2 de noviembre de 2013

Reflexiones en una procesión.



Inútiles fueron todos los esfuerzos para sosegar el llanto y secar el arrugado rostro humedecido de lágrimas, a la anciana que tuvo que conformarse desde su silla de ruedas ver al Cristo Moreno pasar por su puerta.
Una descoordinación en el levantamiento de andas de la ostentosa imagen, alarmaron a la cuadrilla conformada en su mayor parte de mulatos y mestizos. Sobrecogieron a casi todas las sahumaduras y fieles que al compás del resonante golpe del bombo, este podría sería capaz de estremecer y sobrecoger las arrepentidas almas seguidoras del Señor de Los Milagros.
La tradicional procesión lleva cuatro siglos de salidas y de guarda en Lima. Cada vez en otras partes del mundo, repercute al paso el arrastre de las suelas que la consagran.
El Cristo de Pachacamilla o El Señor de los Temblores, no es solo un lienzo adornado de flores que se pasea por las calles para ser venerado. Es la pasión de un pueblo que busca con desesperación entender la vida, como si fuéramos nómadas que en el calvario, escudriñan con escrupulosidad para hallar un refugio en el desierto, que no es sino, la de evitar el sufrimiento de sentirnos solos, ser salvados por el perdón y colmados en las heridas manos del Cristo Morado. Jesús.