Si para la mayoría de nosotros no es habitual atesorar los tristes recuerdos de un familiar querido en un fotoretrato mortis, para algunos si lo es, pensaba Pedro, quien desde su llegada al sepelio ya había comenzado a sentirse insignificante, confundido entre la vergüenza y el descaro ante la esencia inmóvil de un cuerpo maltratado por una enfermedad final.
Pedro, era un ayudante de cocina que a veces abandonaba la tabla y el cuchillo para sustittuir a su amigo, un fotógrafo que a veces le encargaba tareas que le impedían cumplir. Al llegar una mañana apresurado a una reunión, logró ubicar a Rosario, una estudiante de medicina, quién ya le esperaba para conciliar el encuentro de un suceso no muy común. El llevaba una cámara fotográfica muy profesional y de alta resolución; ella de inmediato le pidió que fotografiara a su abuela. Nada le hubiera parecido más extraño, si a aquella anciana a quien ella le tenía mucho cariño, yacía más de veinticuatro horas que había dejado de respirar y se encontraba muerta.
-¿Estás segura, consultastes con el resto de tu familia? -le preguntó con prudencia--Sí,-le contestó Rosario- Es mejor tener la foto y no verla, que, querer verla después y no poder tenerla.
Doña Dorita había sido una muy buena abuela, como casi todas. Pero seguramente a ella no le hubiera gustado que la retraten cuando ya no podía darles nada más a sus seres queridos que su virtuosa existencia, ya que todo se los había entregado en vida.
-Seria ideal que ella pueda partir, con las mejores imágenes que se guarda en su memoria -se atrevió a sugerirle-
-¡Señor ya le dije que no habrá problemas, acérquese y tómele la foto!.-le contestó--Pero la luz del flash se va a reflejar sobre el vidrio -insistió Pedro.-¡Anita, Anita! -Rosario llamaba a su hermana--¿Puedes llamar a Arturo? -su esposo- para que ayude a levantar la tapa del ataúd y puedan tomarle la foto a la abuela.
-Sí, claro que sí -le contesto su hermana-De pronto el tintineo de la campanita que sujetaba el sacerdote que acababa de llegar, interrumpió la conversación para iniciar el responso.
Inmediatamente después del acto religioso que se realizó entre el desmayo de una tía y las recordaciones de algunos parientes, Pedro aprovecho para distraerlos y hacer unas tomas de los arreglos florales, velas encendidas, rostros y todo lo que pudiera servir para la edición del último video recordatorio de la abuelita Dora.
-¡Ya señor, ya señor ya se puede acercar a tomarle la foto a mi abuela! -
Para animarse recordó una frase del poeta Esquilo, creador de la tragedia griega y que vivió hace más de quinientos años a.c que dice así:
-Tu sola ¡Oh muerte! puedes curar los males que no tienen remedio!.
-Bueno -cuando al fin, accedió Pedro y después de hacer a un lado a las personas que se encontraban alrededor del ataúd y que seguramente pensarían que formaría parte del retrato final, él se acerco al féretro entre las hostiles miradas de sus familiares, fotografió al decente rostro y la pudorosa vestimenta que cubría el cuerpo que sostuvo a Dorita por largos años. Estando ya muerta y sin que nadie defendiera su vanidad, ella, ya no tenía razón para escudriñar nuevas posturas para su última fotografía, ni aromas florales de que disfrutar. Amén.